Después de leer las verdades educativas en relación con el conflicto, deberíamos afirmar que deseamos tener conflictos, aunque se entiende que nadie los desea por el costo emocional y de energía que tiene. Estas verdades que exponemos no son la panacea, son conclusiones que hemos sacado con los años de experiencia al enfrentarnos al conflicto de forma diaria. Nuestras verdades educativas son:

La vida implica conflicto
En el momento en el que no tengas cubierta una de tus necesidades, se produce un malestar que pone en marcha procesos creativos para abastecerse. Si la cobertura de tus necesidades entra en contacto con la búsqueda de suministro de las necesidades del otro, comienza el enfrentamiento. Sin embargo, lo que distingue unas personas de las otras es la forma en que cada uno se enfrenta con los obstáculos que le propone el conflicto. Podríamos decir que no hay vida sin convivencia y que hay convivencia sin batallas.
Los conflictos son inherentes a la condición humana
En el acontecer de nuestra vida resolvamos un conflicto o no, siempre se abre la puerta a uno nuevo. La vida se nos presenta como una lucha constante por resolver nuestras necesidades y las de nuestra sociedad. Pasará que, al cabo de los años, vamos aprendiendo a sobrevivir en los conflictos como sabemos. Algunos vamos teniendo la certeza de que resolviendo las necesidades en grupo o compartiendo con otros la subsistencia, llenaremos nuestras carencias de forma menos violenta y más saludable. Como escuché a un amigo hace años: “O nos salvamos en racimo o no lo haremos”.
La cultura del conflicto es rentable, no va a desaparecer
En nuestra sociedad hay personas interesadas en despertar el conflicto entre sistemas sociales: entre familiares, entre amigos, entre vecinos, entre países, entre religiones, se resucitan guerras. Existe una cultura del conflicto que favorece lo económico. Esta elección del enfrentamiento se produce en todos los niveles. Por ejemplo, nosotros tenemos un familiar, casi arruinado, que tardó 9 años en separarse definitivamente de su pareja, esto dejó mucho dinero para sus abogados, para psicólogos, para constructores, para vendedores de coches, para centros comerciales, entre otros.
Hay conflictos que no se van a resolver
Contemplar esta posibilidad es renovadora. Si nuestra intención es mediar en un conflicto o resolver alguno que tengamos, lo normal es que pongamos todo de nuestra parte para llegar a un final. Aunque, también es cierto que hay conflictos a los que no merece la pena prestar atención.
Los conflictos son oportunidades para conocerme mejor
Cada conflicto nos da datos nuevos de nosotros mismos/as, de entorno y de la forma que tenemos de conectar con él. Nuestra “mochila” del pasado nos determina cómo establecemos contacto con las personas y las cosas que nos rodean. Un conflicto me da la oportunidad de incorporar nuevos datos sobre mí mismo/a.
Aprendemos a gestionar conflictos por imitación del mundo adulto
Cada conflicto en el que me introduzco o en el tengo que mediar, me da la oportunidad para aprender algo al gestionarlo. Es cierto que aprendemos de nuestros mayores a gestionar los conflictos, y es la imitación la primera fuente del aprendizaje. Lo normal es que no aprendamos a gestionar de forma correcta, porque el mundo adulto no sabe poner el foco en las razones importantes para poder trazar puentes.

Educar a los niños/as en la ausencia de conflicto es un error
Desde nuestra experiencia como padres y como maestros creemos que disimular los atascos que tenemos entre los adultos es un gran error. ¿Cómo podrán aprender a gestionar conflictos sin modelo? ¿Cómo aprenderán a disculparse o a perdonar o a llegar a acuerdos por ellos mismos/as?. La tradición judeocristiana nos deja un modelo familiar grabado en el “sistema operativo” de nuestra cultura. Parece que el modelo de padre y madre que se llevan bien y no discuten delante de los hijos/as es único y correcto.
Para muchas parejas, ha supuesto un ideal luchar tapando o camuflando los conflictos. Esto ha producido grandes infelicidades. Por otro lado, está estudiado que si un niño/a convive con sus adultos de referencia y, estos, tienen un ambiente de gritarse y pegarse, lo normal es que se le tambalean todas las estructuras de seguridad afectiva y que acabe repercutiendo en su ser y, por consiguiente, en su comportamiento. Habrá que estar paseando por un término medio razonable para sacar al conflicto todas las enseñanzas que nos ofrece.
He escuchado a multitud de parejas, “nosotros nos llevamos muy bien, apenas discutimos”, “nosotros nos va de maravilla, ni una pelea”… Todos tenemos que hacer un camino en la gestión del conflicto; padres y madres, maestros/as, medios de comunicación social, redes sociales, entre otros, tendrán que hacer un aprendizaje que dote de libertad y contención al mismo tiempo. El reto estará en equilibrar la pasión que mueve la emoción y que despierta la acción con la respuesta mesurada y digna para las partes del conflicto.
Los conflictos de cada día en el aula me ofrecen un material inmejorable para trabajar con mis alumnos/as
Lo mejor de la mediación de conflictos en el aula es que es una carrera de fondo que dura todo el año. Existen profesiones en las que una mala decisión en un momento concreto puede dar al traste con cientos de productos finales erróneos. En las aulas, el proceso es distinto. Por supuesto que una mala elección o decisión de un alumno/a o del docente en su aula puede tener repercusiones a largo plazo, pero, también es cierto, que cada día hay una oportunidad de rectificar y asumir los errores para crear una mejor relación entre las partes implicadas.
El dolor, la frustración y la crisis también educan
Una cultura en la que los niños pequeños no visitan los hospitales, en la que no se les lleva al cementerio y se omiten los enfrentamientos entre los progenitores, está claro que es una cultura que opta por la protección. No es nuestra idea, la de favorecer o fomentar ninguna acción que busque el dolor o la frustración de nuestros alumnos/as; la vida ya nos acerca esos momentos de forma arbitraria. Pero estamos convencidos de que el dolor, la frustración y las crisis enseñan más que otras situaciones en las que razonamos con los niños sobre cosas que van en contra de lo que están sintiendo.
Después de un conflicto ya no soy el mismo/a
Cada vez que termine un conflicto en el que estoy implicado o en el que he mediado, habré incorporado multitud de detalles, gestos, expresiones, visiones, entre otros aspectos, de lo que ha sucedido que me harán no ser el mismo/a. Tanto si la experiencia es positiva como si es negativa para mí, todo lo que ha sucedido me afecta, me toca y no me deja indiferente. Mueve dentro de mí recuerdos, ideas y puntos de vista.
Hay cosas que se han reafirmado y otras que se ponen en duda. Aparecen con fuerza las novedades que puedo incorporar a mí “sistema operativo”. Nadie se deja iluminar por cosas, situaciones o ideas que no pueda asumir. Si aparecen ideas demasiado complejas o cambios muy grandes para asumir, el cerebro se organizará para no asumirlos. Exclusivamente cuando las novedades estén a mi alcance, con mis recursos, podré asumirlas.

Los conflictos y el desarrollo en el aula
El profesional en educación, además de su conocimiento, debe contar con habilidades para afrontar la situación cuando se presenta un conflicto. Esta situación puede tornarse compleja en función del contexto y de la personalidad de los implicados en el mismo, por ello, responder adecuadamente a ello es crucial. La capacitación en este caso resulta algo base, ya que la misma permite afinar estas características en el profesional.
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